martes, 30 de enero de 2018

279. DUELO EN LA BAHÍA, de Ernesto Ortega

La mañana del duelo, la bruma envolvía la bahía y las siluetas de los barcos, amarrados a puerto, esperaban a que anocheciese para zarpar. Edmundo Delapierre tenía previsto que se embarcasen a las Américas esa misma noche, en busca de dinero y gloria. El otro Edmundo, en cambio, pretendía que se quedasen en la ciudad, disfrutando del amor de la bella Celeste, cuyo vientre empezaba ya a curvarse. El combate, a muerte, se extendió hasta la puesta de sol. Los duelistas, duchos por igual en el arte de la espada, no bajaron la guardia ni un segundo, anticipando con destreza el golpe de su adversario, como si supiesen en todo momento las intenciones de su rival. Solo el cansancio pudo con ellos. Cuando soltaron sus armas y cayeron rendidos sobre el suelo embarrado, el azul de mar ya fundía a negro y los galeones izaban las velas prestos a partir. Aún tuvieron tiempo de mirarse a la cara por última vez. Entonces Edmundo Delapierre se levantó y echó a correr hacia los barcos. El otro Edmundo lo dejó marchar y regresó con la bella Celeste, esperando que alguno de los dos, quién sabe cuál, hubiese tomado la decisión correcta.

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