miércoles, 31 de enero de 2018

333. VIVA LAS VEGAS, de Juancho Plaza

El traje de Elvis le quedaba algo estrecho, pero era su última voluntad y no íbamos a contrariarlo ahora que estaba muerto. Había dejado escrito que corriera la cerveza y que durante el funeral no dejara de sonar el Return To Sender. Creo que de alguna manera confiaba en volver a estar vivo, bien como el perro guardián de algún casino, bien como el director del mejor club de Las Vegas. Lo de las croquetas fue idea de mamá, doscientas croquetas de jamón, sus favoritas. El tupé perfecto, a pesar del pelo blanco y escaso que aún conservaba. Haber descubierto a este peluquero fue su mejor legado. Dejó bien claro que no quería lágrimas ni lamentos y que solo descansaría en paz si bailábamos su canción favorita. Los del tanatorio se pusieron un poco tiquismiquis con lo de la música, pero lo arreglamos con dinero y buenas palabras. Cuando mejor lo estábamos pasando, aparecieron, gimoteando en inglés y abriéndose paso hasta la vitrina que guardaba el ataúd, aquella mujer con el aspecto de una Ann-Margret envejecida y aquel mocoso vestido de Elvis. Tendría los mismos años que su último viaje a Las Vegas y ostentaba un delator aire de familia.

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