miércoles, 31 de enero de 2018

342. LA ESPECTADORA PROTAGONISTA, de Aida Montalvo

Los asientos son de un rojo corinto con aire valentón. La espectadora no va disfrazada para la ocasión, ya que escogió la ropa más cómoda del armario que no corresponde con la elegancia plasmada en cada rincón de la sala. Lo que se podría destacar de ella, sin generalidades banales, sería la pulsera de oro blanco robada. En esa sala diminuta, o extensa, dependiendo del ángulo en que se observe, no hay ningún alma más.

La obra da comienzo y la tragedia inunda el escenario. Un espejo y una mujer idéntica a la oyente, pero con una delgadez mortuoria. La ropa al igual que su fisonomía, parecía una copia al óleo de baja calidad. El espejo suponía una prolongación de sus extremidades carnosas, pero su sangre parecía haber huido frente al escarnio. La mujer, en su versión pálida y angosta, a punto de desfallecer, acaricia sonriente la pulsera, brillante, y un temblor le recorre la espina dorsal hasta perecer. Sin embargo, su reflejo en el espejo se bate en duelo con la muerte, exhibiéndose erguido, bello y latente.

La pulsera robada se despeña hacía el vacío, arde la muñeca, y las entrañas.

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